La liquidación del Otro va acompañada de una síntesis artificial de la alteridad, cirugía estética radical, de la cual la cirugía de la cara y la del cuerpo no son más que el síntoma. Pues el crimen sólo es perfecto cuando hasta las huellas de la destrucción del Otro han desaparecido.
Con la modernidad, entramos en la era de la producción del otro. Ya no se trata de matarlo, de devorarlo, de seducirlo, de rivalizar con él, de amarlo o de odiarlo; se trata fundamentalmente de producirlo. Ya no es un objeto de pasión, es un objeto de producción.
Con la modernidad, entramos en la era de la producción del otro. Ya no se trata de matarlo, de devorarlo, de seducirlo, de rivalizar con él, de amarlo o de odiarlo; se trata fundamentalmente de producirlo. Ya no es un objeto de pasión, es un objeto de producción.
En los rasgos del rostro, en el sexo, en las enfermedades y en la muerte, la identidad está perpetuamente alterada; se trata el cuerpo como destino, que debe ser conjurado a cualquier precio en la apropiación del cuerpo como proyección de uno mismo, en la apropiación individual del deseo, de la apariencia, de la imagen: cirugía estética en todas las direcciones. Si el cuerpo ya no es un lugar de alteridad, sino de identificación, entonces es preciso urgentemente reconciliarse con él, repararlo, perfeccionarlo, convertirlo en un objeto ideal. Cada uno de nosotros lo utiliza igual que el hombre a la mujer en la identificación proyectiva: lo asume como fetiche, convirtiéndolo en objeto de un culto autista, de una manipulación casi incestuosa. Y la semejanza del cuerpo con su modelo es lo que se convierte en fuente de erotismo y de seducción «blanca» —en el sentido en que practica una especie de magia blanca de la identidad, en oposición a la magia negra de la alteridad. (BAUDRILLARD + EL CRIMEN PERFECTO)
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