martes, enero 19, 2010

168. EL CUERPO NUESTRO DE CADA DIA


01. El mejor cuerpo es el cuerpo que funciona bien. No es el más bello, el mas armónico, el que responde a los parámetros culturales de la belleza, sino que es el que nos regala un estado de homeostasis, de bienestar: no impone condiciones sino que nos deja vivir. La homeostasis es un estado de equilibrio interior y exterior que permite vivir una sensación de bienestar psicofísico y de armoniosa relación con el entorno. Todo funciona y se percibe subjetivamente un estado positivo y favorable: al levantarse, al realizar las diversas actividades y tareas, al regresar al descanso nocturno.

02. Necesariamente se trata de una percepción subjetiva, una experiencia que siempre es propia, única y que no tiene valor absoluto. El estar bien para unos, puede no ser asimilable al estar bien para otros: temperatura, comodidades, servicios, entornos, hasta grados de molestia y dolor son variables y se articulan con diversos organismos. Puede suceder que en algunos casos, culturalmente sea imposible imaginar el bienestar en un lugar, en un entorno o en condiciones que – sin embargo – son ampliamente satisfactorias para otros. Pero a su vez, el estar bien no necesariamente representa un ideal o un espejo para los otros, ni interpretar el “bien-estar” como algo inalcanzable o de menor valor de referencia.

03. Solamente sobre este bienestar se puede construir el ideal de armonía o de belleza: sin el buen funcionamiento del cuerpo, la belleza es vacía, porque la armónica proporción del rostro y del cuerpo (como construcción histórica y cultural) sólo puede sostenerse sobre la percepción del propio bienestar. Si alguien no se siente bien, si su cuerpo no funciona… ¿de que sirve la belleza? La belleza o la armonía de un hombre o de una mujer suponen (frecuentemente presuponen) que el hombre y la mujer bellos deben necesariamente tener un cuerpo en perfecto funcionamiento: el kalos (belleza) reconoce el agatos (bueno) y en este caso, conjetura y exige además la homeostasis. Lo bello debe ser necesariamente bueno y la bondad no es sólo moral, sino funcional. Si alguien es hermoso, ¿cómo no se va a sentir necesariamente bien? Y bien se sabe que eso no es, no puede ser, rigurosamente cierto.

04. El cuerpo que mejor funciona es el que no se siente. Cuando todo anda bien, no se siente la garganta al hablar, la dentadura al comer, el oído, la vista, el aparato digestivo, las piernas, las articulaciones, los pies. Nada: el cuerpo es como un automóvil que nos desplaza sin ruidos, sin molestias, con placer. Es esa sensación que todos hemos tenido y frecuentemente tenemos: la vitalidad necesaria para trabajar, las energías requeridas para divertirnos, el entusiasmo necesario para vivir. El cuerpo arranca bien a la mañana, funciona a pleno durante el viaje y se ofrece generoso y sin vueltas para el descanso, al concluir la jornada.

05. Cuando el cuerpo da señales de vida (curiosamente signos de dolor, de menor calidad de vida) en cuando lo percibimos. Cuando se regulariza, lo silenciamos, lo pasamos a un segundo plano. Si el oído duele, si las piernas pesan, si el estómago se resiste a una digestión saludable, si una jaqueca provoca molestias en la cabeza, si una muela dificulta nuestra cena, si el dolor de una rodilla nos impide caminar normalmente, si hay un dolor de garganta que altera nuestra conversación, si algún dolor (aun no identificado) dispara nuestro mal-estar el cuerpo se nos revela, nos da señales, exhibe su presencia, pide atención. A veces el malestar se transforma en dolor y el dolor inhibe otras funciones, ya que exige que atendamos, que atenuemos su impacto o que tratemos de soportarlo. En todos estos casos, el cuerpo está allí, presente, real, necesario, molesto, inoportuno, ajeno a nuestras urgencias y a nuestras preocupaciones, ocupando el primer plano, haciéndose ver. En dos películas (que reflejan casos reales) estos se muestra con mayor impacto: MAR ADENTRO (el cuerpo inmóvil y postrado encierra al sujeto que tiene todo su potencial en su interior) y LA ESCAFANDRA Y LA MARIPÒSA (el cuerpo glorioso y vital se transforma en una coraza que encierra a alguien que solamente puede comunicarse con el mundo a través de los ojos).

06. El paso del bienestar al malestar es fuerte: la recuperación de la normalidad casi no se percibe. Y cuando todo retorna a la normalidad, no es la normalidad lo que percibimos, sino que en cierta manera el cuerpo “desaparece”, vuelve a su lugar, ya no nos preocupa. El oído ya no duele, la digestión se ha regularizado, el arreglo y el calmante han resuelto el problema de la muela, ya no hay jaqueca, las piernas no nos pesan; somos los que queremos ser: trabajar, amar, pasear, divertirnos, disfrutar, viajar, vivir.

07. El cuerpo, sin embargo, parece más presente en determinadas acciones y menos presente en otras. Hay un juego natural (y cargado de mediaciones culturales y simbólicas) de exhibiciones y ausencias, de aparecer y desaparecer de la escena: una buena comida, una bebida generosa o exquisita, las múltiples manifestaciones del amor y la sexualidad, momentos de relax y de atención específica del cuerpo: revisiones médicas, controles, diversas intervenciones cosméticas, un buen baño, disfrutar del sol y un buen clima. En esos momentos somos principalmente cuerpo y el cuerpo disfruta de las gratificaciones. En otras circunstancias, parece desaparecer, jugar como un compañero fiel que nos sostiene pero no quiere inoportunar: un examen delicado, una clase, un trabajo de importancia suma, un encuentro deportivo decisivo, un negocio, el ejercicio de funciones de gestión y de gobierno. Es un juego curioso que hasta sabe de simulacro y puede buscarse el momento para mostrarse y exigir: sucede, por ejemplo, en las somatizaciones posteriores de la frecuentes situaciones de tensión, de stress, de lucha intensa, de esfuerzos continuados, de fracaso.

08. El cuerpo vital es el que lo puede todo, simplemente cuando se lo ordenamos. El declinar de las fuerzas implica una progresiva disociación entre lo que queremos y lo que podemos. Y esa es la enseñanza del paso de los años. Saber leer e interpretar los signos que van apareciendo tenuemente, de manera imperceptible, y que exigen que vayamos dando lugar a esa disociación natural que ya no puede lo que podía. Solamente la verdad sobre lo que irremediablemente vivimos (o viviremos) es lo que nos permite adaptarnos al movimiento de los años.

09. El paso de la edad y el envejecimiento implican tomar conciencia – cada día mas – del propio cuerpo: allí esta para recordar siempre que existe y que se ha desgastado. Porque el paso de los años implica seguir haciendo uso del mismo cuerpo, que sufre su natural deterioro. En esa edad suelen llegar síntomas y manifestaciones que ya no desaparecerán, que nos acompañarán hasta el final. “Una persona mayor – dice Milan Kundera – o bien se resigna a ser quien es, ese lamentable resto de si misma, o no se designa. Pero, ¿qué puede hacer si no se resigna? No puede hacer otra cosa que crear, en una trabajosa ficción, todo o que ya no existe, todo lo que ha perdido” (Los amores ridículos)

10. El dolor es un pasaporte de humanidad. La máquina no es perfecta, nosotros no somos perfectos: cuando el dolor aparece, cuando el cuerpo nos da una señal y asoma, nos reconocemos más humanos, porque el sueño de sabernos omnipotentes e inmortales es una tentación que siempre nos sobreviene, especialmente cuando estamos en momentos gloriosos, envueltos en juventud, seguros. El morirnos es la factura final: el cuerpo, lo que somos, llega al final. Elige la manera o le sobreviene, pero nos comunica – a veces apenas lo balbucea muy apurado - que hasta allí llegamos y que se nos ha ido la vida.

11. Tal vez, en estos tiempos en que los cuerpos valen por lo que muestran y se muestran con el deliberado interés admiración, envidia, deseo, posesión, sea necesario recordar que nuestros cuerpos reales (no los de las fotos o de los videos o de las películas o de los histéricas exhibiciones y miradas) valen por esa capacidad de ser nuestros, de jugar de nuestro lado, de ser lo que somos, de funcionar como y cuando lo necesitamos, de nos fallarnos, de no traicionarnos. Ese cuerpo nuestro no admite cirugías ni intervenciones, porque no es cuestión de piel, sino de subjetividad, algo que mora en el interior y que desde allí se articula con lo que somos.

Enero. Hace calor. Las ideas quieren encontrar en la escritura la forma definitiva. Y mi cuerpo trata de luchar con el clima que torna pesado y difícil en trabajo. Pero es mi cuerpo y es el que me merezco, en que he construido en cada día de mi vida, con cambios que han reflejado más las fotografías, los videos y los otros que yo mismo o el espejo que me regala mi imagen cada día.