Si bien el tema y el problema de la autoridad guarda estrecha relación con la filosofía política y filosofia del derecho, preferimos ubicar la cuestión entre las cuestiones éticas y antropológicas, ya que pone en funcionamiento un tipo de relación intersubjetiva asimétrica en el que los que mandan y los que obedecen establecen diversos tipos de vínculos y de compromisos.
La problemática filosófica de la autoridad se extiende a la justificación de la misma, a su origen, y a las relaciones con la libertad, la razón, la fe o el poder. La autoridad en su origen aparece como la dimensión que ejercen algunos seres humanos sobre otros o con relación a los miembros de un grupo social. Esta dimensión personal y esta peculiaridad se imponen como unas propiedades o virtudes que surgen al calor de las relaciones humanas y de la construcción de diversos vínculos inter-subjetivos y sociales. A la filosofía concierne estudiar la noción de autoridad entendida como cierta forma de superioridad reconocida por otras personas a las que la autoridad impone, aconseja, determina u obliga a una obediencia, a un respeto, a una creencia o a la aceptación de unos enunciados, órdenes, criterios u opiniones.
El constitutivo ontológico y ético de la autoridad reside en la credibilidad real que merece el que la ostenta o ejerce. Cuando esta credibilidad falla, la mencionada autoridad o es meramente presunta, o se subvierte, confundiéndose con el poder. La justificación de la autoridad pretende establecer el fundamento en que se sostiene y las razones que la avalan. Por su parte, los criterios que justifican el valor y la presencia de la autoridad pueden variar. Entre ellos pueden mencionarse: (1) la autoridad de la experiencia o la sabiduría de la vida, (2) la autoridad pedagógica de quien sabe lo que ha de enseñar, (3) la autoridad paterna o materna en la relación con los hijos, (4) la autoridad científica basada en la racionalidad demostrada y las correspondientes pruebas, (5) la autoridad moral que se basa en el reconocimiento del prestigio o el valor de la persona.
El acceso a la autoridad puede provenir de: un reconocimiento espontáneo, de la sabiduría o de una experiencia reconocida, el acceso a un rol o una función (padre, madre, maestro, ministro religioso), la designación por parte de una autoridad superior reconocida, la elección por parte de los miembros de la sociedad, la determinación consensuada por todos o por la mayoría de los integrantes de una comunidad. Debemos distinguir entre las autoridades naturales y las autoridades habilitadas, entre quienes son reconocidos siempre o para siempre como autoridad y los que requieren un proceso de habilitación por parte de los miembros de la comunidad. Los padres, los docentes, los directivos no siempre son el lugar de la autoridad, sino que deben conquistar ese territorio y recibir la aceptación por parte de los hijos, los alumnos, los miembros de la comunidad. Esta habilitación suele ser más difícil y compleja cuando la autoridad implica abandonar las relaciones simétricas (compañeros, pares, amigos) para construir una asimetría. En este sentido la renovación de los cargos en las instituciones, en las escuelas, en los gobiernos es altamente valioso porque implica poner a la comunidad y a todos sus miembros en procesos continuos de reconocimiento y de habilitación de las autoridades.
Como en todos los procesos de conformación de las relaciones sociales, la autoridad se construye a partir de la inter-relación que desencadena: hay una construcción subjetiva en quien tiene autoridad que se asocia a un proceso de adaptación y de aprendizaje constante, y una construcción subjetiva de quienes pertenecen a la misma comunidad que también inician un camino de reconocimiento y de aceptación de la nueva autoridad. Estos procesos de encuentro, reconocimiento, adaptación y crecimiento siempre es recíproco y nunca aislado o solitario, y, a su vez, sufren variaciones atendiendo a diversas situaciones: experiencias primerizas, reiteraciones en diversos contextos, promoción por consenso o elección, la llegada de un extraño con una función o misión específica o la presencia de un miembro reconocido de la comunidad.
Como lo venimos sosteniendo desde el principio, la autoridad no sólo no es identificable o confundible con el poder, sino que autoridad y poder no son dos nociones complementarias, sino opuestas. Desde una perspectiva filosófica, el poder reside en la fuerza, que puede tener un origen racional, razonable o irracional, mientras que la autoridad se funda siempre en el reconocimiento voluntario, querido, consentido racionalmente, implícito o expreso. El poder suele asociarse al liderazgo que fundamenta la supuesta infalibilidad del dirigente revestido de rasgos carismático que mantiene la pretensión de erigir el régimen absoluto de la verdad. DUCH (1997: 66) Autoridad y Poder son cosas distintas: la autoridad siempre es necesaria pero el poder puede ser negativo, destructivo: se transforma en imposición, anulación del otro y de la voz del otro, en desplazamiento de las relaciones. Una cosa es ser poderoso y otra es tener autoridad. Al poderoso se lo busca porque es quien tiene el poder, se lo teme porque es quien decide y determina, pero también se lo evita porque puede tener ingerencia donde no queremos…
La autoridad sólo existe cuando la libertad la reconoce como válida, re-conocimiento que no se da en la sumisión al poder y que desde Maquiavelo y el pensamiento político moderno aparecen confundidos. Por eso la tradición del pensamiento avaló siempre la resistencia a la autoridad, como resistencia a un ejercicio ilegítimo y avasallante de la autonomía y de la libertad. La autoridad no sólo no se opone a la libertad, sino que la supone. Entre las cosas o bienes que la autoridad, por serlo, ha de acrecentar, en gracia de su misma etimología (augere) se encuentra la libertad, su ejercicio y sus posibilidades reales. Cabalmente la autoridad, en sentido propio y riguroso, se ejerce en función de la libertad. La autoridad es siempre, si es autoridad y se ejerce como tal, un servicio a la libertad, ya que se supone que la autoridad es aceptada libremente para este fin.
La autoridad supone obediencia y, en sentido preciso, obedecer es aceptar y cumplir la voluntad de una autoridad. La obediencia es el cumplir con un mandato o con un precepto. En un sentido más amplio puede llamarse obediencia al acto de cumplir los deseos de otro, aunque no sea una autoridad. La obediencia va ligada al hecho de vivir en sociedad. Se dice entonces que es un hábito moral por el cual uno ejecuta una orden de un superior con el intento preciso de cumplir con lo acordado. Se enfatiza el hecho que uno no cumple solamente por cumplir, sino que lo hace con el fin de estar de acuerdo con la voluntad del que dio la orden.
La autoridad genera procesos subjetivos de obediencia que significa aceptar lo que sabemos es lo mejor para nosotros, renunciar a nuestro punto de vista porque el punto de vista del otro (autoridad) es mejor, mas conveniente o necesario para nosotros o para la comunidad. Puede haber equivocaciones pero no hay obstinación, porque la autoridad debe tener – para ser tal – capacidad de escucha, rectificación, cambio. El poder, en cambio, impone sujeción, subordinación, aceptación sin protestar, aunque se trate de medidas arbitrarias, irracionales, carentes de lógica. El subordinado no se construye subjetivamente, obedece sin preguntar, no porque considere en su interior el valor de la orden, sino simplemente porque es una orden. Por eso las cadenas de mando de un ejército se maneja con la potestas, el poder, más que con la autoridad: el subordinado no pregunta, nunca discute, sino que acepta y delega en el superior la responsabilidad (obediencia debida). El poder no acepta rectificaciones, ni errores. No abre el diálogo, sino que impone. Los errores son siempre de los subordinados y los aciertos de quien está en la cima del poder. Nunca se equivoca, siempre está en lo cierto. Autoridad y obediencia suponen construcciones de proyectos comunes, responsabilidades compartidas, salvación plural.
La problemática filosófica de la autoridad se extiende a la justificación de la misma, a su origen, y a las relaciones con la libertad, la razón, la fe o el poder. La autoridad en su origen aparece como la dimensión que ejercen algunos seres humanos sobre otros o con relación a los miembros de un grupo social. Esta dimensión personal y esta peculiaridad se imponen como unas propiedades o virtudes que surgen al calor de las relaciones humanas y de la construcción de diversos vínculos inter-subjetivos y sociales. A la filosofía concierne estudiar la noción de autoridad entendida como cierta forma de superioridad reconocida por otras personas a las que la autoridad impone, aconseja, determina u obliga a una obediencia, a un respeto, a una creencia o a la aceptación de unos enunciados, órdenes, criterios u opiniones.
El constitutivo ontológico y ético de la autoridad reside en la credibilidad real que merece el que la ostenta o ejerce. Cuando esta credibilidad falla, la mencionada autoridad o es meramente presunta, o se subvierte, confundiéndose con el poder. La justificación de la autoridad pretende establecer el fundamento en que se sostiene y las razones que la avalan. Por su parte, los criterios que justifican el valor y la presencia de la autoridad pueden variar. Entre ellos pueden mencionarse: (1) la autoridad de la experiencia o la sabiduría de la vida, (2) la autoridad pedagógica de quien sabe lo que ha de enseñar, (3) la autoridad paterna o materna en la relación con los hijos, (4) la autoridad científica basada en la racionalidad demostrada y las correspondientes pruebas, (5) la autoridad moral que se basa en el reconocimiento del prestigio o el valor de la persona.
El acceso a la autoridad puede provenir de: un reconocimiento espontáneo, de la sabiduría o de una experiencia reconocida, el acceso a un rol o una función (padre, madre, maestro, ministro religioso), la designación por parte de una autoridad superior reconocida, la elección por parte de los miembros de la sociedad, la determinación consensuada por todos o por la mayoría de los integrantes de una comunidad. Debemos distinguir entre las autoridades naturales y las autoridades habilitadas, entre quienes son reconocidos siempre o para siempre como autoridad y los que requieren un proceso de habilitación por parte de los miembros de la comunidad. Los padres, los docentes, los directivos no siempre son el lugar de la autoridad, sino que deben conquistar ese territorio y recibir la aceptación por parte de los hijos, los alumnos, los miembros de la comunidad. Esta habilitación suele ser más difícil y compleja cuando la autoridad implica abandonar las relaciones simétricas (compañeros, pares, amigos) para construir una asimetría. En este sentido la renovación de los cargos en las instituciones, en las escuelas, en los gobiernos es altamente valioso porque implica poner a la comunidad y a todos sus miembros en procesos continuos de reconocimiento y de habilitación de las autoridades.
Como en todos los procesos de conformación de las relaciones sociales, la autoridad se construye a partir de la inter-relación que desencadena: hay una construcción subjetiva en quien tiene autoridad que se asocia a un proceso de adaptación y de aprendizaje constante, y una construcción subjetiva de quienes pertenecen a la misma comunidad que también inician un camino de reconocimiento y de aceptación de la nueva autoridad. Estos procesos de encuentro, reconocimiento, adaptación y crecimiento siempre es recíproco y nunca aislado o solitario, y, a su vez, sufren variaciones atendiendo a diversas situaciones: experiencias primerizas, reiteraciones en diversos contextos, promoción por consenso o elección, la llegada de un extraño con una función o misión específica o la presencia de un miembro reconocido de la comunidad.
Como lo venimos sosteniendo desde el principio, la autoridad no sólo no es identificable o confundible con el poder, sino que autoridad y poder no son dos nociones complementarias, sino opuestas. Desde una perspectiva filosófica, el poder reside en la fuerza, que puede tener un origen racional, razonable o irracional, mientras que la autoridad se funda siempre en el reconocimiento voluntario, querido, consentido racionalmente, implícito o expreso. El poder suele asociarse al liderazgo que fundamenta la supuesta infalibilidad del dirigente revestido de rasgos carismático que mantiene la pretensión de erigir el régimen absoluto de la verdad. DUCH (1997: 66) Autoridad y Poder son cosas distintas: la autoridad siempre es necesaria pero el poder puede ser negativo, destructivo: se transforma en imposición, anulación del otro y de la voz del otro, en desplazamiento de las relaciones. Una cosa es ser poderoso y otra es tener autoridad. Al poderoso se lo busca porque es quien tiene el poder, se lo teme porque es quien decide y determina, pero también se lo evita porque puede tener ingerencia donde no queremos…
La autoridad sólo existe cuando la libertad la reconoce como válida, re-conocimiento que no se da en la sumisión al poder y que desde Maquiavelo y el pensamiento político moderno aparecen confundidos. Por eso la tradición del pensamiento avaló siempre la resistencia a la autoridad, como resistencia a un ejercicio ilegítimo y avasallante de la autonomía y de la libertad. La autoridad no sólo no se opone a la libertad, sino que la supone. Entre las cosas o bienes que la autoridad, por serlo, ha de acrecentar, en gracia de su misma etimología (augere) se encuentra la libertad, su ejercicio y sus posibilidades reales. Cabalmente la autoridad, en sentido propio y riguroso, se ejerce en función de la libertad. La autoridad es siempre, si es autoridad y se ejerce como tal, un servicio a la libertad, ya que se supone que la autoridad es aceptada libremente para este fin.
La autoridad supone obediencia y, en sentido preciso, obedecer es aceptar y cumplir la voluntad de una autoridad. La obediencia es el cumplir con un mandato o con un precepto. En un sentido más amplio puede llamarse obediencia al acto de cumplir los deseos de otro, aunque no sea una autoridad. La obediencia va ligada al hecho de vivir en sociedad. Se dice entonces que es un hábito moral por el cual uno ejecuta una orden de un superior con el intento preciso de cumplir con lo acordado. Se enfatiza el hecho que uno no cumple solamente por cumplir, sino que lo hace con el fin de estar de acuerdo con la voluntad del que dio la orden.
La autoridad genera procesos subjetivos de obediencia que significa aceptar lo que sabemos es lo mejor para nosotros, renunciar a nuestro punto de vista porque el punto de vista del otro (autoridad) es mejor, mas conveniente o necesario para nosotros o para la comunidad. Puede haber equivocaciones pero no hay obstinación, porque la autoridad debe tener – para ser tal – capacidad de escucha, rectificación, cambio. El poder, en cambio, impone sujeción, subordinación, aceptación sin protestar, aunque se trate de medidas arbitrarias, irracionales, carentes de lógica. El subordinado no se construye subjetivamente, obedece sin preguntar, no porque considere en su interior el valor de la orden, sino simplemente porque es una orden. Por eso las cadenas de mando de un ejército se maneja con la potestas, el poder, más que con la autoridad: el subordinado no pregunta, nunca discute, sino que acepta y delega en el superior la responsabilidad (obediencia debida). El poder no acepta rectificaciones, ni errores. No abre el diálogo, sino que impone. Los errores son siempre de los subordinados y los aciertos de quien está en la cima del poder. Nunca se equivoca, siempre está en lo cierto. Autoridad y obediencia suponen construcciones de proyectos comunes, responsabilidades compartidas, salvación plural.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario