viernes, noviembre 09, 2007

031. HUMANIZACION DEL ROBOT + ASIMOV

"La presidencia de la Comisión para Ciencia y la Tecnología era una asiática llamada Chee Li-Hsing: —Simpatizo con su afán de obtener derechos humanos plenos —le dijo—. En otros tiempos de la historia hubo integrantes de la población humana que lucharon por obtener derechos plenos. Pero ¿qué derechos puede desear que ya no tenga?
—Algo muy simple: el derecho a la vida. Un robot puede ser desmontado en cualquier momento.
—Y un ser humano puede ser ejecutado en cualquier momento.
—La ejecución sólo puede realizarse dentro del marco de la Ley. Para desmontarme a mí no se requiere un juicio; sólo se necesita la palabra de un ser humano que tenga autorización para poner fin a mi vida. Además..., además... —Andrew procuró reprimir su tono implorante, pero su expresión y su voz humanizadas lo traicionaban—. Lo siento es que deseo ser hombre. Lo he deseado durante seis generaciones de seres humanos.
Li-Hsing lo miró con sus ojos oscuros.
—La Legislatura puede aprobar una ley declarándolo humano; llegado el caso, podría aprobar una ley declarando humana a una estatua de piedra. Sin embargo, creo que en el primer caso serviría tan poco como para el segundo. Los diputados son tan humanos como el resto de la población, y siempre existe un recelo contra los robots.
—¿Incluso actualmente?
—Incluso actualmente. Todos admitiríamos que usted se ha ganado a pulso el premio de ser humano, pero persistiría el temor de sentar un precedente indeseable.
—¿Qué precedente? Soy el único robot libre, el único de mi tipo, y nunca se fabricará otro. Pueden preguntárselo a Robots y Hombres Mecánicos.
—"Nunca" es mucho tiempo, Andrew, o, si lo prefiere, señor Martin, pues personalmente le considero humano. La mayoría de los diputados se mostrarán reacios a sentar ese precedente, por insignificante que parezca. Señor Martin, cuenta usted con mi respaldo, pero no le aconsejo que abrigue esperanzas. En realidad...
—Se reclinó en el asiento y arrugó la frente—. En realidad, si la discusión se vuelve acalorada, surgirá cierta tendencia, tanto dentro como fuera de la Legislatura, a favorecer esa postura, que antes mencionó usted, la que quieran desmontarle. Librarse de usted podría ser el modo más fácil de resolver el dilema. Píenselo antes de insistir.
—¿Nadie recordará la técnica de la protetología, algo que me pertenece casi por completo?
—Parecerá cruel, pero no la recordarán. O, en todo caso, la recordarán desfavorablemente. Dirán que usted lo hizo con fines egoístas, que fue parte de una campaña para robotizar a los seres humano o para humanizar a los robots; y en cualquiera de ambos casos sería pérfido y maligno. Usted nunca ha sido víctima de una campaña política de desprestigio, y le aseguro que se convertiría en el blanco de unas calumnias que ni usted ni yo creeríamos, pero sí habría gente que las creería. Señor Martin, viva su vida en paz. (...)

Cuando se dictó la última sentencia, DeLong festejó la derrota como si fuera un portante triunfo. Andrew estaba presente en las oficinas de la firma, por supuesto.
—Hemos logrado dos cosas, Andrew, y ambas son buenas. En primer lugar, hemos establecido que ningún número de artefactos le quita la humanidad al cuerpo humano. En segundo lugar, hemos involucrado a la opinión pública de tal modo que estará a favor de una interpretación amplia de lo que significa humanidad, pues no hay ser humano existente que no desee una prótesis si eso puede mantenerlo con vida.
—Y crees que la Legislatura me concederá el derecho a la humanidad?
DeLong parecía un poco incómodo.
—En cuanto a eso, no puedo ser optimista. Queda el único órgano que el Tribunal Mundial ha utilizado como criterio de humanidad. Los seres humanos poseen un cerebro celular orgánico y los robots tienen un cerebro positrónico de platino e iridio... No Andrew, no pongas esa cara. Carecemos de conocimientos para imitar el funcionamiento de un cerebro celular en estructuras artificiales parecidas al cerebro orgánico, así que no se puede incluir en la sentencia, ni siquiera tú podrías lograrlo. (...)
Todo se reduce al tema del cerebro, pues. Pero ¿es que todo ha de limitarse a una posición entre células y positrones? ¿No hay modo de imponer una definición funcional? Debemos decir que un cerebro está hecho de esto o lo otro? ¿No podemos decir que el cerebro es algo capaz de alcanzar cierto nivel de pensamiento?
—No dará resultado. Tu cerebro fue fabricado por el hombre, el cerebro humano no. Tu cerebro fue construido, el humano se desarrolló. Para cualquier ser humano que se proponga mantener la barrera entre él y el robot, esas diferencias constituyen una muralla de acero de un kilómetro de grosor y un kilómetro de altura. (...)

—No podía contártelo a ti ni a la gente de Feingold y Martin, pues sabía que me detendrías. Mira, si el problema es el cerebro, ¿acaso la mayor diferencia no resiste en la inmortalidad? ¿A quién le importa la apariencia, la constitución ni la evolución del cerebro? Lo que importa es que las células cerebrales mueren, que deben morir. Aunque se mantengan o se reemplacen los demás órganos, las células cerebrales, que no se pueden reemplazar sin alterar y matar la personalidad, deben morir con el tiempo. Mis sendas positrónicas, han durado casi dos siglos sin cambios y pueden durar varios siglos más. ¿No es ésa la barrera fundamental? Los seres humanos pueden tolerar que un robot sea inmortal, pues no importa cuánto dure una máquina; pero no pueden tolerar a un ser humano inmortal, pues su propia mortalidad sólo es tolerable siempre y cuando sea universal. Por eso no quieren considerarme humano.
—¿A dónde quieres llegar, Andrew?
—He eliminado ese problema. Hace décadas, mi cerebro positrónico fue conectado a nervios orgánicos. Ahora una última operación ha reorganizado esas conexiones de tal modo que lentamente mis sendas pierdan potencial. "
ASIMOV = HOMBRE BICENTENARIO

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