En esta organización de su vida, que formaba un sistema completo y acabado, exactamente dividido y detallado como un libro kantiano; en este orden estereotipado que tenía en todas sus esferas la independencia personal del filósofo, se comprende muy bien que Kant se bastaba a sí propio en el interior de su casa, y que no había de tener inclinación a la vida entre dos. Realmente, el círculo uniforme de su vida no podía tener otro centro que él. He aquí la razón de que permaneciera célibe. El matrimonio no podía penetrar en el orden de su vida. Su amor exclusivo a la independencia le retenía célibe. Además, las inclinaciones que impulsan al matrimonio no fueron tan vivas en él que causaran a su estado célibe grandes privaciones. No había en su vida hueco alguno que el matrimonio pudiera llenar. Y a medida que avanzaba en edad se arraigaban más sus costumbres, y el sistema de vida que había seguido era incompatible con la vida conyugal. Pretenden sus biógrafos que aun en edad bien avanzada estuvo dos veces a punto de casarse; pero que faltó en el momento oportuno; esto prueba que no había tomado en serio la cosa. Estaba conforme con San Pablo sobre el matrimonio: casarse es bueno; no casarse mejor, y hacía además referencia al juicio de una mujer muy inteligente que le había repetido muy a menudo: «Si te va bien, quédate así.» Mas no debe por esto creerse que fuera insensible o contrario a las mujeres, porque no era ni lo uno ni lo otro, antes bien, gustaba en extremo de su trato y dícese que se mostraba con ellas sumamente amable y atento. Eso sí, no habían de ser eruditas, ni debía versar la conversación sobre puntos que traspasaran los límites prescritos en la buena sociedad. Le impresionaban vivamente las gracias y encantos que da a la sociedad la mujer, pero también es verdad que no sintió mucho que le fuera indispensable en su vida íntima esta bella mitad del género humano. Su falta no le causó tampoco enojo alguno. No dejaron de hablarle de ello sus amigos y hasta de aconsejarle; pero siempre permaneció sordo a sus deseos, aunque los recibiera con benevolencia. Aun teniendo sesenta y nueve años, un [380] pastor de Koenisberg le instó a que se casara y hasta le llevó en hora no acostumbrada un escrito que con este objeto había publicado: «Rafael y Tobías, o el diálogo de dos amigos sobre el matrimonio agradable a Dios.» Kant indemnizó a este buen hombre de los gastos que había hecho, y refería frecuentemente de muy buen humor esta edificante conversación.
El matrimonio es una de esas condiciones que sólo pueden ser conocidas practicándolas, y como Kant no se sometió nunca a ese régimen, permaneció oculta para él la dicha y la dulzura que en esta vida común existen. Él lo consideraba como una relación externa de derecho, en la cual los contrayentes no son el uno para el otro más que un medio y no un fin; y lo que es todavía más característico para su manera de considerar esto, hallaba la parte útil del matrimonio en condiciones económicas, es decir, en el concurso que una mujer rica da a la independencia de su marido. Asegurada esta relación económica y la mutua benevolencia, parecíale el matrimonio realmente feliz y racional por la sencilla causa de que estaba fundado en principios sólidos de la razón. Estos matrimonios de razón eran los que frecuentemente aconsejaba a sus amigos jóvenes, y a veces los instaba vivamente, llegando el caso de disgustarse si notaba que la pasión tenía entrada en sus propósitos. No es posible pensar nada más prosaico, vulgar, común, y en el sentir de algunos hombres, más práctico sobre el matrimonio que lo que pensaba Kant, quien carecía por completo de sentido para comprender su parte poética y sentimental. Falta es esta que sólo podemos perdonar al filósofo achacándosela al solterón. En algunos de sus héroes, parece que es la filosofía poco favorable al matrimonio. Descartes y Hobbes, Spinoza y Leibniz, fueron también célibes.
El matrimonio es una de esas condiciones que sólo pueden ser conocidas practicándolas, y como Kant no se sometió nunca a ese régimen, permaneció oculta para él la dicha y la dulzura que en esta vida común existen. Él lo consideraba como una relación externa de derecho, en la cual los contrayentes no son el uno para el otro más que un medio y no un fin; y lo que es todavía más característico para su manera de considerar esto, hallaba la parte útil del matrimonio en condiciones económicas, es decir, en el concurso que una mujer rica da a la independencia de su marido. Asegurada esta relación económica y la mutua benevolencia, parecíale el matrimonio realmente feliz y racional por la sencilla causa de que estaba fundado en principios sólidos de la razón. Estos matrimonios de razón eran los que frecuentemente aconsejaba a sus amigos jóvenes, y a veces los instaba vivamente, llegando el caso de disgustarse si notaba que la pasión tenía entrada en sus propósitos. No es posible pensar nada más prosaico, vulgar, común, y en el sentir de algunos hombres, más práctico sobre el matrimonio que lo que pensaba Kant, quien carecía por completo de sentido para comprender su parte poética y sentimental. Falta es esta que sólo podemos perdonar al filósofo achacándosela al solterón. En algunos de sus héroes, parece que es la filosofía poco favorable al matrimonio. Descartes y Hobbes, Spinoza y Leibniz, fueron también célibes.
KUNO FISCHER (1896) + LA VIDA DE KANT
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