viernes, marzo 06, 2009

135. SER HUMANO Y NUEVAS TECNOLOGIAS


Al calor de las nuevas tecnologías, algunos autores – entre ellos, principalmente el sociólogo argentino Christian Ferrer - sitúa al cuerpo en la encrucijada de un devenir en valor de mercancía, como fuerza de trabajo o como apariencia en su tramitación social. El ornamento inherente al individuo moderno requiere el complemento amortiguador del confort, suavidad de un resguardo superficial que cubre la apariencia de la personalidad de la “inclemencia industrial y urbana”.

Pensemos en la imposición de las dietas nutricionistas y adelgazantes mediante la televisión y las revistas especializadas en “buena salud”; pensemos, de paso, en la intervención de la industria farmacológica como filtro del discurso médico. En este contexto, entra la gimnástica como discurso complementario a la salud deportiva y desintoxicante pero con un plus: la realización de la consigna publicitaria de “dejar” el propio cuerpo para obtener aquellas formas que dictamina el canon de la belleza actual.

Pero como no todo se agota en los aparatos, en los entrenamientos y en los instructivos (ya que a las clases de gimnasia se accede también por combos de videos y micros televisivos), la medicina también ingresa en nuestra vida diaria, de alguna manera y, por cierto, en grados muy variables, mediante las diferentes prácticas quirúrgicas que esculpen el cuerpo quitando todo aquello que sobra o agregando todo lo que falta o sustituyendo aquello que ya no funciona o no tiene la apariencia adecuada.

Si bien es cierto que la mayoría de las personas no integra el escaparate mediático de venta de imagen, sí puede corroborarse una tendencia que lleva a comprar, con mayor o menor voluntad, el producto exhibido: esa parece ser la función de la moda en el caso de imponer, por ejemplo, talles chicos y bajos. Sin embargo, no creo que este sea el problema de fondo; más bien me parece ser la punta del iceberg que puede orientarnos hacia un término más sugerente: el sistema de control y exhibición.

La vida social en sí misma, la actuación o los efectos performativos de los medios de comunicación, especialmente en su dimensión televisiva, quizá nos resulte más perceptible en el alto grado de exposición que ciertos programas demandan a condición de otorgar premios al ganador; sólo que, en la mayoría de los casos, llama la atención que el triunfo consista en el reaseguro del participante dentro del circuito voraz del medio: de este modo, los reality shows exigen el desnudo total (de su vida y de sus actos) para premiar a aquél que lleve al extremo la obediencia al doble sistema de vigilancia de conductores y televidentes. Así, todas las formas de Gran Hermano son el paradigma (sobre todo por la resonancia literaria de Orwell) de una estructura que se repite con ligeras variantes, pero que mantiene la condición de la competencia en la puesta a prueba de la privacidad y en la eliminación (y desgaste) gradual de los participantes, hasta llegar al ganador final.

Actos y palabras son vistos y oídos por todos. Si ducharse, orinar o tener sexo puede (o mejor debe) ser captado por la cámara, la escena del relato da cuenta del modo en que se pierde la noción del límite entre el reducido grupo que forma parte del juego directo y la enorme masa que cuantifica el acto de espiar. Reality o talk shows, se trata de hacerse ver y oir, de exponer los más recónditos detalles de la vida personal; extraña experiencia si se piensa que puede implicar la efímera utopía de quien busca crédito en la huella estelar de los chismes “famosos”.

La técnica viene a afirmarse en una doble convicción; el cuerpo devino en última y radical verdad y la demanda del placer sensorial constituye la presencia de la temporalidad vital: la fuente del dolor es el temor al surco que el tiempo abre en la fisonomía. En este contexto de un dolor existencial amortiguado, la medicina y la tecnología plantea un problema ético a la disputa por la propiedad del material genético y modifica en consecuencia, y de un modo extremo, la idea de vida y muerte; también aparece el signo de pregunta por los límites y el alcance de la naturalidad o de la intervención del saber humano en el control de la vida (por ejemplo, la eutanasia).

En este mismo contexto, diversas formas de pornografía adquieren sentido en tanto industria del cuerpo, allí donde la sociedad promueve el intercambio como mercancía obscena, y la reflexión vale tanto para la exhibición del goce como para la exposición el del estado doloroso o vegetal de un hombre hospitalizado. Caen los velos protectores para la intimidad del sufrimiento: y como fenómenos asociados, la corrupción del cuerpo, la enfermedad, la vejez y la muerte.

Cabe preguntarse, qué papel juega la educación en torno a estos nuevos “modelos” de ser humano y de uso de la corporalidad y cómo procesa desde su misión y función específica las demandas, las ansiedades, las frustraciones y los triunfos de los estudiantes que concurren diariamente a la escuela. La vida de las nuevas generaciones, que construyen trabajosamente su subjetividad, está atravesada por todas estas demandas que se imponen con mayor fuerza y atracción que los valores y las riquezas del saber y la cultura.

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