lunes, marzo 30, 2009

141. CEGUERA + ETICA, SOCIEDAD Y CONTRATOS



La película – como la obra de Saramago – trabaja una serie de tópicos que permiten revisar los CONTRATOS SOCIALES, la vigencia de la MORAL, los principios de la CONVIVENCIA:

01. Volverse ciego (no nacer ciego o perder lentamente la visión), sino volverse repentinamente ciego es una nueva forma de “ver” y de aprehender el mundo. Nada tiene que ver con la percepción que tenemos con uso de los ojos y la mirada. Para los ciegos, los otros son diferentes que se perciben solamente como otros, no llegan como una imagen sino por otras sensaciones. La ausencia de la vista permite descubrir un interior que ignora el color de piel, la edad, el aspecto físico, las nociones de belleza y de fealdad. Aun en el manejo de los cuerpos (vestimenta, desnudez) no hay censuras, porque los ciegos se tornan invisibles y desaparece el sentido del pudor. Somos los espectadores (lo confiesa el Director) los único que – junto con la protagonista – pueden verlos, descubrirlos…

02. Se forma una nueva sociedad en la que el único propósito es la subsistencia y el aislamiento: no hay ninguna actividad simbólica o cultural (en un momento aparece, por un momento, la música que emerge de una minúscula radio AM), y por lo tanto se altera la escala axiológica. Todo se somete a discusión tomando como referencia los nuevos valores: la comida y la subsistencia. La autoridad se debe re-definir y es la que eternamente se discute pero termina imponiéndose la autoridad y la ley de los mas fuertes y arbitrarios, las de quienes tienen la suficiente “libertad de principio y de conciencia” como para eliminar todo freno y inaugurar las prácticas mas eficaces. Por tanto se replantea todo: los contratos, la moral, lo bueno y lo malo, hasta el mismo amor es visto desde otras perspectivas (las simetrías y asimetrías de las relaciones). Es como si la humanidad (¿Rousseau?) se inauguraran de nuevo, y todo pudiera volver a construirse. La lucha por la vida y la alimentación admite el robo, la extorsión, la violencia simbólica, real o la posibilidad de comprar o vender utilizando cualquier medio de pago: dinero, objetos de valor, sexo.

03. La sociedad previa a la ceguera es limpia y ordenada. La sociedad de los ciego es sucia: los nuevos ciegos no saben que están envueltos en basura, que viven en la basura. Pero, a su vez, la suciedad es metáfora de la sociedad. Sociedad = suciedad… ya que no pueden limpiar lo que no pueden ver, y no puede ordenar lo que no pueden acordar. La sociedad convertida es suciedad asume formas de animalización, de vida primitiva. Los gripos sociales (cada uno de los pabellones, especialmente los que respaldan al REY del Pabellón nº 3) tienen sus tácticas y sus estrategias, su negociaciones, sus claudicaciones, la construcción – pragmática – de sus propios principios. Los cierto es que los principios que gobiernan la sociedad son todos negociables y que hay un mundo de apariencias en que desaparece cuando se llega a la situaciones límites…

“Si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después en las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos. “ (SARAMAGO. Ensayo sobre la Ceguera)

04. La sociedad normal – como en todos los momentos de la historia y en todos los relatos – pretende sacarse de encima y aislar a los indeseables: encerrarlos, impedirles toda comunicación, dejarlos librados a sus posibilidades, desentenderse de sus necesidades, excluirlos para exterminarlos. Y hay discursos legitimadores para hacerlo: el locutor de la TV es la voz que desde la pantalla (paradójico) lo justifica… como el sermón que alguien predica en el interior de una iglesia abandonada e invadida, dándole marco bíblico a la ceguera… Hay un juego muy marcado de analogías con situaciones sociales que tienen estas mismas características: grupos de indeseables sociales, raciales, distintos de tipos de enfermedades (o que se construyen como tales) a los que se pretenden eliminar. Sin embargo la sociedad termina víctima del mal, aun cuando ha aislados cuidadosamente a los “portadores del virus”.

05. Cuando algo de la sociedad cambia, todo cambia: cuando un elemento naturalizado (la visión y la libertad) desaparece, todo se cae… uno quisiera seguir, pero no puede: esa imposibilidad es aprovechada por fuerzas ancestrales: violentos, sin escrúpulos, los que tienen ventaja competitiva (ciego de nacimiento). Uno puede concluir (Rousseau de nuevo) que la sociedad original no es igual, es desigual: el contrato es el que intenta volverla igual para todos los signatarios del contrato, o porque a partir del contrato de debe construir la igualdad (como ideal). Curiosamente, ninguno de los personajes tiene un nombre para identificarlos. Estos son sujetos lanzados en medio del quiebre en donde brota el desconcierto de esta sociedad

06. El final tiene mucho de esperanzador: el fuego, la libertad, la sociedad destruida y la casa como Arca de Noe en la que se puede encontrar la salvación. Pero es también escéptico: a partir de la experiencia de la ceguera, siempre puede estar el virus latente. Es similar al final de LA PESTE de CAMUS: las ratas se han ido, pero puede regresar.

"Pero sabía que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos.
Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa". (CAMUS. LA PESTE: FINAL) ¿Era solamente la liberación de Francia y de su sociedad de las ratas del nazismo o hay muchas ciudades invadidas?

JOSE SARAMAGO: ENSAYO SOBRE LA CEGUERA (1996)

Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el primer caso de una «ceguera blanca» que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. Ensayo sobre la ceguera es la ficción de un autor que nos alerta sobre «la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron». José Saramago traza en este libro una imagen aterradora y conmovedora de los tiempos que estamos viviendo. En un mundo así, ¿cabrá alguna esperanza? El lector conocerá una experiencia imaginativa única. En un punto donde se cruzan literatura y sabiduría, José Saramago nos obliga a parar, cerrar los ojos y ver. Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que es, también, una reflexión sobre la ética del amor y la solidaridad.

FRAGMENTOS

(01) “Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra de asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación o embotellamientos, si queremos utilizar la expresión común.
Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloque de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar el automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabemos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta. Estoy ciego.

Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas repentinamente revueltas, todo eso que cualquiera puede comprobar, son trastornos de la angustia. En un movimiento rápido, lo que estaba a la vista desapareció tras los puños cerrados del hombre, como si aún quisiera retener en el interior del cerebro la última imagen recogida, una luz roja, redonda, en un semáforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir del coche, y las lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer.”
(02) “De la puerta del ala derecha empezaron a llegar voces anunciando que ya no quedaba sitio, que todas las salas estaban llenas, hubo incluso ciegos que fueron empujados de nuevo hacia el zaguán, exactamente en el momento en que, deshecho el tapón humano que hasta entonces atrancaba la entrada principal, los ciegos que todavía estaban fuera, que eran muchos, empezaban a avanzar acogiéndose al techo bajo el cual, a salvo de las amenazas de los soldados, irían a vivir. El resultado de estos dos desplazamientos, prácticamente simultáneos, fue que se trabó de nuevo la pelea a la entrada del ala izquierda, otra vez golpes, de nuevo gritos, y, como si esto fuese poco, unos cuantos ciegos despistados, que habían encontrado y forzado la puerta del zaguán que daba acceso directo al cercado interior, empezaron a gritar que allí había muertos. Imagínese el pavor. Retrocedieron éstos como pudieron, Ahí hay muertos, hay muertos, repetían, como si los llamados a morir de inmediato fuesen ellos, en un segundo el zaguán volvió a ser un remolino furioso como en los peores momentos, después la masa humana se fue desviando en un impulso súbito y desesperado hacia el ala izquierda, llevándose todo por delante, rota ya la línea de defensa de los contagiados, muchos que ya habían dejado de serlo, otros que, corriendo como locos, intentaban escapar de la negra fatalidad.
Corrían en vano. Uno tras otro se fueron todos quedando ciegos, con los ojos de repente ahogados en la hedionda marea blanca que inundaba los corredores, las salas, el espacio entero. Fuera, en el zaguán, en el cercado, se arrastraban los ciegos desamparados, doloridos por los golpes unos, pisoteados otros, eran sobre todo los ancianos, las mujeres y los niños de siempre, seres en general aún o ya con pocas defensas, milagro que no resultaran de este trance muchos más muertos por enterrar. "


(03) Siguieron andando. Un poco más allá, dijo la mujer del médico, En el camino hay más muertos que de costumbre, Es nuestra resistencia lo que está llegando al fin, se acaba el tiempo, se agota el agua, proliferan las enfermedades, la comida se convierte en veneno, lo dijiste tú antes, recordó el médico, Quién sabe si entre estos muertos no estarán mis padres, dijo la chica de las gafas oscuras, y yo aquí, pasando a su lado, y no los veo, Es una vieja costumbre de la humanidad ésa de pasar al lado de los muertos y no verlos, dijo la mujer del médico.

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