lunes, junio 02, 2008

098. MAYO FRANCES


01. Nos preguntamos frecuentemente para qué sirve la filosofía. Y solemos responder “sirve porque no sirve”. Sin embargo, afirmamos y personalmente defendemos el papel de la filosofía como una productora de ideas, como una generadora de nuevos mundos, de alternativas para el presente y el futuro. Generalmente entre la formulación de las ideas y su concreción media una generosa porción de tiempo. Mayo francés es un momento privilegiado de la historia porque tal vez por primera vez las ideas se transformaron inmediatamente en acción, en demanda de cambio. En las calles de París estaban en acto las ideas que se proclamaban en las aulas y en los textos.

02. En el mayo francés de aquel utópico 1968, fueron las ideas puras, casi sacadas de las páginas de los libros o de los apuntes de las clases las que generaron los movimientos y las revueltas. El juego de las ideas se armó de adoquines y de grafittis para poder llegar a la sociedad. Generalmente las ideas, las palabras, los libros, los intelectuales, la universidad construyen un microcosmos solipsista que nunca puede salir de sus propios muros: en aquel mayo las ideas saltaron de las aulas a las calles, de los pizarrones a las paredes. LIPOVETSKY señala: “Mayo del 68 fue la primera revolución en presente. Una revolución gozosa. Todos los otros grandes movimientos de la historia fueron revoluciones para el futuro, que convocaban al sacrificio y la muerte. La primavera juvenil de 1968 desdeñó ese sentido trágico de la historia para protagonizar la primera revolución lúdica y pacífica de la historia: la mayor reivindicación -la aspiración a la felicidad “aquí, ahora y para nosotros” - neutralizó el espíritu destructor que tiene la noción de la lucha por un incierto un futuro mejor”.

03. No se trataba de la filosofía académica pura, aséptica, neutral, de la filosofía de los exámenes, sino de la filosofia que ponía la mirada en la realidad, que la abordaba críticamente y que luchaba por subvertirla, por transformarla. ¿Quiénes eran los profesores del entonces, los filósofos vigentes, los libros publicados que pasaban de mano en mano entre los estudiantes? Podemos citar cinco referentes: SARTRE, FOUCAULT, MARCUSE, ALTHOUSSER Y VANEIGEM.

04. Sin embargo, una mirada histórica muestra que hay – entre ellos – presencia y documentos claves que deben mencionarse. En 1967, SARTRE ya casi había publicado sus obras más importantes, FOULCAULT que había dado a conocer “Las palabras y las cosas”, no había publicado aun sus obras mas desestabilizadoras como “Vigilar y Castigar”, pero el controvertido Louis Althousser (Alemania) había editado la “Revolución teórica de Marx” y en febrero del 67 su “Filosofia como arma de la revolución”, VANEIGEM (Bélgica) sorprendía con su “Tratado del saber vivir para el uso de las jóvenes generaciones” y – sobre todos – MARCUSE (Berkeley, EEUU) había publicado en 1954 su “Hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada” (obra asociada a una obra previa: “Eros y civilización”. 1955), y cuya traducción francesa apareció en Febrero de 1967.

05. ¿Qué tenían de revolucionario y de subversivos estos filósofos y obras? Hagamos una veloz recorrida por estos tres autores estacionándonos unos minutos en los aportes de Herbert MARCUSE. Nacía una nueva izquierda, que intentaba superar las propuestas de la izquierda clásica a la que consideraba anacrónica y que incluyó lo subjetivo y lo psicológico dentro del marco de lo macrosocial, subrayando una mirada absolutamente innovadora. Y Francia que había sido el escenario de una revolución clave, ahora no desplazaba una clase social, sino un tipo de civilización, desarticulando los discursos y los engranajes de un nuevo “antiguo régimen”: la explotación de la naturaleza, el trabajo, el intercambio, de la depredación, la separación del hombre de sí mismo, el sacrificio, la culpabilidad, la renuncia a la felicidad, el fetichismo del dinero, el poder, la autoridad jerárquica, el menosprecio de la mujer, la subordinación de los niños, el despotismo militar y policial, las religiones y las ideologías (VANEIGEM)

06. MARCUSE – fundador junto con Adorno, Horkheimer y Benjamín de la Escuela de Francfort, que se exilió a EEUU en la época del nazismo - logra un aporte muy valioso porque genera un cruce muy fecundo entre la fenomenología y el existencialismo de Heidegger, el pensamiento crítico del marxismo, y los aportes del psicoanálisis freudiano. La meta de la felicidad y del goce, la ruptura de la unidimensionalidad alienante de la existencia late en sus textos, no sólo como derecho sino sobre todo como una necesidad indispensable. Marcuse afirmaba que en esta sociedad que se expandía sobredimensionándose en términos de acumulación, riqueza y opulencia ocultaba la pasividad y el letargo, y sobre todo convirtiendo al hombre en expresión obsesiva de una sola de sus dimensiones: la productiva, laboral, ascética, de privaciones y de acumulación de riquezas (capital) o lucha por la subsistencia (proletarios). La sociedad era el cruel resultado del ensamble funcional de la represión propia del principio de realidad (Freud) con la del principio de rendimiento que está en la base de las sociedades capitalistas. En lugar de hacer lugar a todas las dimensiones de la persona, a todas variaciones y registro, la sociedad capitalista que había llevado el desarrollo hasta sus manifestaciones mas extremas se concentraba en el esfuerzo, el rigor, el cumplimiento, el deber, el “dar la vida por el trabajo”, agotar la existencia y el sentido de la existencia humana precisamente en el trabajar, en el ser productivo, el ser en el hacer y – lo que es trágico – en el hacer alienado, en el hacer para el beneficio de los otros, aunque amparados en la propia subsistencia.

07. Marcuse propone y anuncia otro tipo de economía y, a partir de ella, anticipa el hombre y existencia humana que se necesitan: si la acumulación de capital y de riqueza prosiguen su curso normal, reforzada por el crecimiento incesante de todas las formas de tecnología, es posible que no se necesite una revolución – como la que se proponía en el siglo XIX – sino que una cierta “teoría del derrame” convertiría a los ricos, a los capitalistas en generosos benefactores de los proletarios: la acumulación sería tanta que era necesario repartir las ganancias entre los trabajadores. O dicho de otra manera, los trabajadores no serían tan pobres, proletarios, desprotegidos como los había descrito Marx en la segunda mitad del siglo XIX. Y este presunto reparto se podía producir por dos vías: por el aumento de los ingresos y de bienestar o por la disminución de la carga laboral (horas semanales de trabajo o años de trabajo): en ambos casos, tanto el capitalista como el proletario, el empresario como el obrero dispondría de más tiempo y más recursos. Fiel a su ideología, Marcuse supone que si este presunto derrame no se produjera, la lucha revolucionaria debería lograrlo. Pero el riesgo en las dos clases consistía en convertir a los individuos – liberados de algunas cargas laborales - y a la sociedad, en nuevos esclavos o engranajes funcionales de la misma máquinaria económica condenada, a través del consumo desmesurado, servil y a-crítico o a través de la sujeción a los dictados de la técnica. Entonces, ¿qué hacer con la propia vida, con el propio tiempo, con los propios proyectos? Proponía incorporar otras dimensiones para alcanzar la verdadera felicidad: el arte, el placer, el disfrute, la sexualidad plena (no alienada), el compromiso social y solidario, la creación, la imaginación, el deseo. Si disminuía la represión en términos económicos y políticos (Marx), debía necesariamente disminuir la represión en términos psicoanalítico (Freud). En un mundo más rico, el hombre no podía seguir siendo un esclavo del tiempo laboral y para eso era necesario encontrar o inventar otras formas de vivir, liberando disciplinadamente las fuerzas instintivas que podían compatibilizarse armoniosamente con los compromisos civilizatorios y laborales.

08. No es extraño imaginar por qué los estudiantes salieron a las calles a contagiar a los obreros de estas ideas, a decirles que MARCUSE anunciaba una sociedad distinta y que esta revolución no estaba hecha para esperar sino para obrar. Bastaba con ocupar el espacio público, multiplicar proclamas, escribir las paredes, arrojar adoquines a la policía y arrastrar en las manifestaciones a los trabajadores. Los obreros debía exigir el rápido derrame y los estudiantes adoctrinarlos en las múltiples dimensiones de la existencia: las escrituras en las paredes y en las pancartas, las proclamas y los discursos reflejaban este ideal, que dialogaba con la utopía que había dejado de ser – al menos en palabras – un horizonte lejano para ser una compañera de barricada
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[1] Un periodista francés – señala Beatriz Sarlo - llegó a definir a la revuelta de mayo del 68 como “un largo poema político escrito sobre los muros de la Sorbona y las demás facultades”. “El aburrimiento es contrarrevolucionario”, “No le pongas parches, la estructura está podrida”, “No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre supone el riesgo de morir de aburrimiento”, “Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas”, “No vamos a reivindicar nada, no vamos a pedir nada. Tomaremos, ocuparemos”, “Trabajador: tienes 25 años, pero tu sindicato es del siglo pasado”, “Soy un marxista de la tendencia de Groucho”, “La barricada cierra la calle, pero abre la vía”. “Paren el mundo que me quiero bajar”, “Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas”, “El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón”, “Están comprando tu felicidad. Róbala”, “Si tienes el corazón a la izquierda no tengas la cartera a la derecha”.

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