lunes, octubre 01, 2007

005. LA FILOSOFIA Y LA HUMANA CAPACIDAD DE PENSAR

Aunque todos los hombres nacen con la capacidad de pensar, el ejercicio del pensamiento depende de dos factores: uno es interno, subjetivo, y consiste en el desarrollo, en la puesta en acto de esa capacidad original, natural. Aunque todos nacemos con la posibilidad (potencia) necesitamos encontrar los medios que la pongan en funcionamiento (acto). En muchos casos, la capacidad de pensar parece inhibida, clausurada, negada. Y se observan procesos de involución (retrocesos hacia la barbarie o estado evolutivos previos) o animalización. La capacidad de pensar diferencia ontológicamente a los seres humanos de los demás entes, le imprime en sello diferenciador, lo jerarquiza con respecto al resto: el ser humano es el único ser que puede pensarse a sí mismo (reflexionar) y pensar el mundo que lo rodea (objetivar la realidad y no quedar sumergido en ella). Pero además, se requiere un factor externo, objetivo: que se habilite socialmente la capacidad, el derecho de pensar para que el mismo no sea privativo, exclusivo de una clase o de un grupo de individuos en una sociedad. De hecho, el siglo de las luces (siglo XVIII) – también denominado ilustración o siglo de la razón – es el siglo que descubre, defiende y proclama el derecho al pensamiento como un ejercicio propio de todo ser humano[1]. Más allá de la revolución burguesa de Francia, desde mediados de 1700 crece la convicción de que todo hombre por su carácter de tal tiene derecho a la “mayoría de edad” (Kant), al pensamiento autónomo… y que en materia de religión, de política, de moral cada uno podía resolver sus cuestiones según sus propias convicciones.

No es difícil comprobar – en nuestros días - que la realidad cotidiana nos impone la urgencia de lo inmediato, el indiscutible valor de las demandas personales y sociales, las insoslayables dificultades del diario vivir, las vigencias de opiniones ajenas e impersonales, la sobreabundancia de mensajes contradictorios, los gravísimos problemas que nos rodean. Esta suma de manifestaciones tienen una rara virtud: la de neutralizar nuestra capacidad de pensar, de anular el mundo de las ideas. Como obedeciendo a un primitivo reflejo condicionado respondemos a la acción con la re-acción, al golpe con otro golpe, a las fuerzas que presionan, con nuevas y renovadas muestras de fuerza. Entonces, el pensamiento se convierte en el gran ausente. Se anula la capacidad simbólica de representar la realidad y de generar respuestas alternativas, innovadoras, superadoras. Inmersos en el fragor de la lucha cotidiana el universo adulto se ve arrastrado por la inconsciencia.

Más acá y más allá de las dificultades y de los problemas existe un amplio campo de debate, discusiones, decisiones. Porque, definitivamente, es en el escenario de las ideas en el que se deciden las grandes y las pequeñas cosas. En las personas y en las sociedades hay elementos intangibles, inmateriales, simbólicos, meras construcciones del pensamiento que contribuyen a definir el perfil de mundo y de la sociedad que tenemos. En este nuestro mundo y en esta nuestra sociedad están emergiendo los problemas que nos rodean. Somos protagonistas del pensamiento que nosotros mismos generamos o somos receptores y fieles ejecutores del pensamiento ajeno. Cuando sólo nos limitamos a pensar lo que otros piensan, podremos reaccionar contra los efectos, lamentar las consecuencias, pero nunca seremos capaces de determinar (y eventualmente cambiar) las causas que los producen.

¿Qué es la filosofía? Entre las muchas aproximaciones podemos limitarnos a afirmar que solamente se trata de la disciplina que vela por la posibilidad del pensamiento, que instaura – en cada hombre interesado en dejarse atrapar por ella – el pensamiento y la razón, la reflexividad y la razonabilidad. Pero sobre todo no se agota en la posibilidad del mero ejercicio del pensamiento sino que lucha por lograr el pensamiento mejor La filosofía propone instaurarse en el campo de las ideas. Conocer, leer, interpretar la filosofía, hacerla y construirla, es optar por el más acá y el más allá de las circunstancias, involucrarse en el pensamiento, renunciar a la pretendida neutralidad. Podemos afirmar que eso que llamamos filosofía es hacernos cargo del campo del pensamiento y del sereno y reflexivo debate de las ideas en la búsqueda de la verdad.

Y ¿qué queremos decir con la palabra pensamiento? Algunos autores interesados en crear espacios educativos para el ejercicio del pensamiento han definido las siguientes estrategias que - sin ser exhaustivas - presentan un panorama completo del humano oficio de pensar:

Dar razones y distinguir las buenas de las malas – hacer preguntas – tener distinciones y conexiones – entender relaciones (parte/todo, medio/fin, causa/efecto) – usar analogías – entender y evaluar argumentos – identificar, justificar y cuestionar supuestos – construir explicaciones – clasificar y categorizar – formular y aplicar criterios – ser auto-crítico con el propio pensamiento – buscar evidencias y probabilidades – emitir juicios de valor y justificarlos – clarificar sentidos e interpretaciones de sentido – definir y analizar conceptos – saber definir(términos, situaciones, problemas) – generalizar adecuadamente a partir de casos y experiencias particulares – anticipar, predecir y explorar consecuencias – reconocer contradicciones – detectar sofismas y falacias – generar y comprobar hipótesis – detectar vaguedad y ambigüedades – ajustarse al tema tratado (ser relevante) – desarrollar disposiciones de coraje intelectual, humildad, capacidad de escucha del otro, aceptación de ideas ajenas, integridad, perseverancia, imparcialidad - aceptar la complejidad y la borrosidad del pensamiento(zonas grises entre el negro y el blanco) – tomar en cuenta perspectivas y puntos de vista alternativos
[2]

El pensamiento (como ejercicio de la facultad racional) es connatural al ser humano, pero su desarrollo – como sucede con el resto de las disposiciones personales – es resultado de las condiciones personales, del medio social, de la educación y del hábito. Hay un largo trabajo de aprendizaje para ser racionales... y para ejercer adecuadamente el pensamiento. El pensamiento no es un material asimilable al aislamiento y a la inacción. Pensar en soledad y construir las ideas en un clima de serenidad no son sinónimos de separación de la realidad, de renuncia al compromiso, de separación del campo de batalla. . Pensar y crear ideas deben ser caminos idóneos para la inserción creativa en la realidad. No siempre la filosofía (sus escritos, sus representantes, sus profesores, su historia) ha reflejado esta dialéctica inter-acción de niveles, pero sería injusto (e históricamente inexacto) afirmar, que ha filosofía ha sido una isla de fantasía, en la que el filósofo (en su castillo de cristal) ha podido tejer la telaraña fantasiosa de sus propias naderías...

Sócrates con su muerte, Platón con sus utopías políticas, Aristóteles en el corazón de los conflictos que dividieron las opiniones helénicas frente a las invasiones, G. Bruno en la hoguera de la modernidad, Spinoza con su propuesta de libertad de expresión, Leibniz y su activa vida como diplomático, Kant y sus claudicaciones frente al férreo poder del Estado Prusiano, Hegel y sus ideas de las sociedadad y de la historia, Marx y su versión de los conflictos claves de la sociedad, Sartre y sus alternantes compromisos políticos, Beltrand Russell y su presencia en el tribunal de los Derechos Humanos, Heidegger y su confusa presencia en la Alemania de 1930, son algunos ejemplos de esta línea de integración del pensamiento con la praxis, de las ideas y las acciones. Porque el verdadero pensamiento no se refugia en la construcción de un universo de entelequias, sino que se transforma en conductas – personales y sociales – reflexivas y razonables.

La búsqueda no debe extenderse demasiado para captar que en numerosos momentos de la historia, la filosofía ha definido desde sus fundamentos el rumbo mediato o inmediato de los acontecimientos. Anticipatoria del por-venir asumía una auténtica función profética, porque tenía el don de interpretar, de leer, de de-codificar los signos de los tiempos presentes para indicar la senda de los tiempos futuros. No solamente, anticipaba el porvenir, sino que contribuía a crearlo con el torbellino de sus ideas

En este aspecto, tal vez, la filosofía de nuestros días haya entrado en crisis, renunciando a su íntima vocación y desbordada por el arrollador avance de los acontecimientos y de la información no logre pronunciar palabras, Los cambios históricos han sido el resultado de producciones urgentes, sin requerimiento de pautas, rumbos, metas; sólo han funcionado algunos "operativos de salvamento." La situación actual se parece mucho a la desesperación de un náufrago, que en medio de la tempestad y del mar, destruida su embarcación y ajeno a cualquier costa cercana, necesita simplemente un salvavida, no un curso de meditación o de sistemas de seguridad.. Urgido por sobrevivir, difícilmente pueda plantearse qué hacer con su vida o con su embarcación. En lugar de teoría, exige praxis para poder enfrentar su desesperación y la situación que lo envuelve y lo rodea. El mar lo envuelve, lo amenaza y lo golpea. El sol y la noche juegan con sus posibilidades de subsistencias. Abrazado al salvavidas el naufrago (todos nosotros, la sociedad) quiere llegar a la orilla. Ya tendrá tiempo para replantear el viaje, la nave, la vida...

El naufragio no es una figura de ficción: es el reflejo de nuestra sociedad actual, de nosotros mismo. A nuestras puertas golpean demasiados problemas, exigiendo respuestas inmediatas, sin innecesarias dilaciones... No resulta sencillo rebatir esta urgencia de la acción porque tiene sus propios argumentos. Cabe preguntarse si es la única y definitiva alternativa; si -- cuando, como náufragos, hemos llegado a alguna de las playas a reponer nuestras fuerzas -- no podemos finalmente formularnos esas otras preguntas que no logramos ni imaginar en el fragor de la batalla por la subsistencia...

La filosofía deberá ocuparse de los fundamentos: de las causas, de la razón de ser de lo que acontece, de la totalidad de lo real. El fundamento mora en la raíz y oficia de sostén, da cuenta de su solidez o de su fragilidad, da razón de una preferencia, de una elección, de una realización, de una concepción, de una alternativa (preferible a muchas otras). A él se refieren los conceptos, los interrogantes, las ideas fundamentales para encontrar su justificación. Son los cimientos de un edificio del que podemos comprobar exteriormente sus paredes descascaradas, los rincones húmedos, las fisuras, pero del que - sabemos - debemos hurgar en las profundidades para certificar qué es lo que "está cediendo". La filosofía no ha hecho más que apropiarse (en el término fundamento) metafóricamente de una palabra que procede de la arquitectura y, a través de ella, apuntar a lo que da razón de su existencia o su razón de ser y a la proposición más general y más simple de la que se puede deducir todo un conjunto de conocimiento o de acciones consecuentes.

Hay multitud de ciencias y disciplinas particulares que se hacen cargo de diversas áreas del saber y del hacer (ciencia y tecnología). En ellas descansa la suma de los principios operativos y resolutivos. A la filosofía le compete el hacerse cargo de lo que ellas no abordan: no puede ni debe sustituir o mejorar lo que los restantes conocimiento dicen y hacen, no es mejor ni peor que ellos: es distinta. Se hace cargo de lo que precede a la reflexión científica y a la decisión técnico-estratégica. Ahonda las respuestas pero en otro plano que no la obliga a competir con las ciencias. En algún sentido, la filosofía – podemos afirmar – “sirve porque no sirve”. Corre el riesgo, sin embargo, de sentirse avanzando en un sentido opuesto al corriente, de estar como ocupándose de nada, de no hacer nada, de renunciar a la indiscutible utilidad de las ciencias y de los conocimientos aplicados. En esta decidida vocación por asumir un nivel de conocimiento propio (saber lo que las ciencias no quieren ni pueden saber) y de renunciar a toda inmediata utilidad descansa el fundamento y la labor de la filosofía.

Todas estas afirmaciones tienden a cuestionarnos. Por momentos pareciera que hemos tomado el camino equivocado. La filosofía tiene para muchos que no se dedican a ella un carácter operativo e instrumental, está para apuntalar aspectos determinados del hacer y del obrar. Al hablar en estos términos pareciera que damos vuelta en un laberinto sin que podamos ofrecer o encontrar alguna solución a la mano. Hasta puede acontecer (la filosofía es acontecimiento) que algún interrogante o alguna respuesta nos prive de la seguridad habitual. Tememos que con el afán del conocimiento se nos des-armen nuestras estructuras...y que nos encontremos con una íntima (u objetiva) impresión de ya no saber, de no saber lo suficiente, de tener demasiados interrogantes y pocas soluciones. Es el compromiso que asumimos, pero vale la pena afrontarlo: puede parecer que perdemos tiempo, pero es una inversión que fructificará generosamente.
NORO JORGE

[1] Es verdad que para el pensamiento europeo que proclamaba este poder omnímodo de la razón, el universo al que se refería se circunscribía casi exclusivamente a los mismos europeos, excluyendo a razas y pueblos que podían ofrecer una manera diferente de ser (negros, aborígenes, bárbaros).

[2] SPLITTER y SHARP, La otra educación. Filosofía para niños.

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